Los veinte duros: The Wire
“Que se joda el espectador medio”, dijo David Simon sobre qué pretendía con The Wire. Frases como esta quisiera parir más de un guionista o director de cine metido en Twitter a modo de eslogan para su marca personal. Aunque lo más probable es que a Simon no le interese ganarse una reputación online. “Que se joda el espectador medio” significa que tienes que joderte si cuando enciendes la tele quieres tramas bobas, tramas que no te lleven a pensar. The Wire no es una serie para el espectador cómodo. Tampoco es una serie para el espectador que piensa en las facturas de la luz, el agua, el gas… The Wire no es una serie para el espectador jodido, es una serie para joder al espectador acomodaticio que paga una suscripción mensual a HBO y que si no fuera por Simon, quizá no conocería el mundo.
The Wire es mucho más que una serie policiaca: hay drama, acción, humor, intriga, violencia, ternura, crítica social. Hay momentos cómicos, momentos de entretenimiento, momentos reflexivos, y momentos sobrecogedoramente trágicos. Hay tantos personajes dignos de mención que una lista completa se alargaría, sin exagerar, hasta casi varias decenas. Es una serie que trata al espectador como un ser inteligente y no nos lo da todo machacadito: de hecho su guión nos da mucho que pensar y dice muchísimas cosas entre líneas. Además, es una serie excepcionalmente bien narrada, hasta el punto de que muchas de sus secuencias son momentos memorables dignos de figurar en la videoteca de cualquier cinéfilo.
The Wire es una serie profundamente humanista, en la que son tratados con amor —o al menos con comprensión— casi todos los personajes, por el sencillo procedimiento de no ocultar sus defectos sino sacarlos a relucir para después explicar de dónde vienen esos fallos. Pero no todo es comprensión: también se transmite la idea de que efectivamente existen personas intrínsecamente malvadas, que lo serían ya nazcan en el ghetto o nazcan en una familia rica.
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