La Busca # 3 – La música como instrumento de tortura

Durante la historia de la llamada Humanidad, desde tiempos inmemoriales se han usado infinidad de métodos de tortura, sea para obtener información, como forma de castigo, venganza o por cuestiones políticas, por oponerse la gente al sistema establecido de turno. Desde los siniestros y dolorosísimos métodos de tortura física empleados por la Inquisición de la Iglesia Católica, a los sofisticados de tortura psicológica empleados por los servicios de inteligencia de los Estados, las policías de todo el mundo y los grupos de secuestro terroristas. Sus sistemas modernos de tortura buscan combinar “desorientación sensorial” (aislamiento, estar de pie, extremos de calor y frío, luz y oscuridad, ruido y silencio) con dolor auto-inducido, tanto físico como psicológico, con el fin de “desintegrar la identidad” de un prisionero.

Escucha la Busca los Viernes 20h, Lunes 02h y miércoles a las 12h en Radio Almaina.

Numerosas “armas acústicas” han sido desarrolladas por contratistas que trabajan para el Departamento de Defensa de los USA, al menos desde la creación en 1997 de la Fuerza de Armas No-Letales. El Aparato Acústico de Largo Alcance que se utiliza actualmente en Estados Unidos para dispersar grupos de manifestantes, es capaz de producir un sonido de 150 decibelios, 50 veces más de lo necesario para sentir dolor, y suficiente para provocar daño permanentemente a una distancia de hasta 90 m.

La “tortura sin contacto”, comparte con las armas no letales la ventaja de no dejar marcas causadas directamente por los interrogadores en la superficie carnosa visible del cuerpo. Por ende, son difíciles de probar y de asociar a las imágenes de tortura comunes en nuestra cultura visual y literaria. Las técnicas de “tortura sin contacto” fueron usadas, y de hecho, probadas una y otra vez, por las fuerzas de contrainsurgencia de la CIA hasta adentrados los años 70s en Sudamérica y más tarde Oriente Medio. Ejemplo del esfuerzo de los Estados Unidos por proyectarse como soberanía global.

En Guantánamo, uno de los recintos de máxima seguridad con que cuenta el Imperialismo yanqui, “limbo alambrado”  fuera del mundo y al margen de la legislación internacional, a los presos, entre otras muchas formas de aniquilación, se les torturaba con grandes éxitos musicales. La tortura consiste en reproducir la música a un volumen elevado, una y otra vez de forma continuada y sin descanso. Al bombardeo específicamente musical, En Guantánamo o Irak, se unía la humillación sexual, la ofensa cultural y el aislamiento sensorial.

La música lleva fácilmente a levitar sin necesidad de imágenes engañosas, oséase religiosas, ni ideología metafísica de por medio. Qué duda cabe que la música es un estímulo que afecta el campo perceptivo de cada uno; así, el flujo sonoro puede cumplir con variadas funciones. No nos pensábamos, sin embargo, que fuera emplearse con fines tan nocivos. Mal nos topamos hoy en este programa de La Busca con esta barrera del sonido: el sonido dirigido como arma, y en concreto la música como instrumento de tortura.

Históricamente, la industria del entretenimiento ha estado ligada a la domesticación o sometimiento llevada a cabo por los Estados-Nación de sus súbditos respectivos. Empezando por las campanas de la Iglesia, los himnos nacionales, militares o deportivos, con los que se pretende llamar a comulgar o inculcar un sentimiento musical patriótico; los cánticos folklóricos-regionales, o las cantinelas a la moda cargadas de ideología, exaltante o sedante, llamadas a la pertenencia, el gregarismo y el consumo. Hay también canciones tópico, himnos de una cultura cochambrosa, pintoresca y patrioteril, con los que se marca sin sentido del bochorno. Del Poromponpón al Qué viva España, o el clásico Granada, escrito en 1932 por el compositor mexicano Agustín Lara. Imagínese una tortura tal: le encierran en una celda y descargan sobre usted sin interrupción una tormenta de versiones a todo volumen del célebre tema Granada… ¿Podría soportarlo?

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